La partitura es, sin embargo, la música y necesita estar
bien escrita para que se trasforme en sonido. La partitura es la
música para quien conoce su código, y sin llegar a ser
sonido, suena en la mente de quien la lee. La partitura no llega a
ser la música, pero es la música. Preocuparse por el
valor caligráfico de las partituras, ha sido interés de
la mayor parte de los músicos; de ahí la alta
importancia visual de partituras de antaño y, en un orden
equivalente, de los amplios proyectos visuales que implican algunas
partituras de este siglo. Hasta el punto de que, en muchas ocasiones
y obras antiguas y nuevas, el valor visual de la partitura ha llegado
a tener el mismo nivel de importancia que su resultado sonoro, aunque
lógicamente no sería válido el primero sin el
segundo, desde un aspecto exclusivamente musical. Pero, por otro
lado, se puede afirmar que todo lo que se ve puede llegar a oirse, de
manera que si reducimos artificiosamente este planteamiento,
resutará que «todo es música». Desde luego,
este reduccionismo que, al mismo tiempo, es una totalización,
pecaría de simple, y lo sería, si no entraran en juego
otros elementos para llegar a aseverarlo: la creación musical
parte de abstracciones imaginativas, y apunta hacía
imágenes sonoras, que en general se fundamentan en sensaciones
controladas o incontroladas que tienen que ver con la visión.
El músico «ve» y, en consecuencia, crea sonidos. El
poeta, el pintor, el fotógrafo, actúa de forma
semejante. y, lógicamente, todos tienen en común el
punto de partida, quizá más que el objetivo. Plantearse
la partitura como proyecto visual implica ya un interés por
parte del autor que rebasa el ámbito puramente musical; esto a
la partitura una importancia interdisciplinar en si: muchos
músicos elaboran sus partituras con elementos visuales y otros
tantos artistas plásticos incursionan en la música al
plantear obras cuyo objetivo es que se conviertan en sonido. Esta
interrelación favorece el conocimiento final de los lenguajes
distintos que se manejan, y propicia -más allá del
conocimiento -, el «entendimiento» de labores hasta ahora
paralelas. Todo ello sustentado en criterios amplios, creativos -por
eso mismo, amplios-, que tratan siempre de encontrar puntos de
unión entre las artes. Música de Cámara no es
autónomo desde su parte visual con respecto a su parte sonora
perseguida, aunque desde su parte visual -como cualquier partitura-,
sí puedes considerársele así. Este doble juego
ha sido pretendido, y mantiene su valor desde totalización de
sus procesos hasta la diversificación en el hecho de la
lectura. Música de Cámara siempre es obra
gráfica y fotográfica. Música de Cámara
siempre es música.
Por otro lado, la obra que se ha planteado hacer Música de
Cámara como grupo, es obra que en todo momento se sustenta en
-y usa de- la tradición. Sus tres integrantes conocen la
tradición la obra de sus antepasados y la de sus
contemporáneos; conoce también el oficio de varias
disciplinas y, por todo ello, sus obras están bien resueltas
conceptual y técnicamente. Quién «mire» su
obra, quien la «oiga», quien la «sienta» o la
«lea», podrá tal vez sorprenderse, pero no le
será fácil rechazarla. Lo que, sin embargo, me pregunto
es a quién va a interesar más: ¿al músico,
al fotógrafo, al poeta al artista plásticos...? Y me
respondo que a todos les puede interesar en la medida en que cada uno
se multiplique, «entienda» y sepa relacionar otras
disciplinas con la suya propia; en la medida en que sea asi, la
visualización, la audición o la lectura de esta obra,
se convertirán también en un acto creativo.
Juan Angel Navarro.
Pasar a comentario del libro "Fotografia
Actual Latinoamericana"
Editado en 1991 por La Universidad de Santa Maria La
Rabida