Bundubu había visto unos bisontes
hacía algunos días, con un menjurge mágico hizo
la tinta y se dirigió a una cueva cercana, ya adentro, gracias
a una fuerza poderosísima que alimentaba su poción, los
trazos de las imágenes que pintaba, con su pedazo de rama y
sus dedos, se quedaban permanentes sobre la piedra. Este ritual, para
que fuera efectivo, se tenía que hacer, únicamente, en
una noche de tormenta utilizando el fuego para iluminar la caverna;
que en esos tiempos sólo se conseguía de manera
accidental después de una tormenta eléctrica.
Altamira es esa cueva donde se encontró el
trazo de arte más antiguo, pero, cuando lo hicieron esos
personajes ¿Para qué lo hicieron? No había
críticos ni museos, ni un curador de obra rupestre, inclusive
había poco público.
La Sala Altamira es nuevamente esa cueva que
utiliza un fenómeno accidental, Internet, un producto para
detonar armas nucleares remotamente en épocas de la guerra
fría. Hoy en México, en el Museo del Chopo para detonar
la poesía.
Un manifiesto
sobre la poesía por Klaus Groh